EL ESCUDO DE AQUILES

Cuando Tetis le entrega a su hijo Aquilles la nueva armadura celestial forjada para él por el Hefesto el Cojo, Homero dedica más de cien líneas a la descripción del gran escudo donde Hefesto ha fraguado las palabras "dos ciudades /de hombres mortales, bellas". Una de las ciudades está en guerra, asediada por "la Discordia y el Tumulto y allí estaba la Parca perniciosa"; la otra, colmada de "bodas y festines" y cortes que dispensan sólo justicia, y no es simplemente una ciudad en paz sino la Ciudad de la paz, rodeada por una "pingüe tierra y extensa de labor" y cosechadores recogiendo el grano maduro. Hay una viña "cargada de racimos":


Y labraba en él
con perfección notable
 el Cojo ilustre un lugar de danza,
semejante a aquel que en otro tiempo
Dédalo construyera en la ancha Cnoso
para Ariadna la de las bellas trenzas.
Allí danzaban mozos y doncellas
que a título de dote valen bueyes,
con las manos cogidas por encima
del puño. Y llevaban las muchachas
sutiles velos, y ellos vestían
túnicas bien tejidas,
ligeramente brillantes de aceite;
además, claro está, bellas coronas
llevaban ellas; y ellos, espadas
de oro que colgaban
de tahalís de plata.
Y unas veces corrían,
impuestos como estaban en el arte
de hacer mover sus pies,
muy fácilmente, como cuando prueba,
sentado, un alfarero
la rueda a las palmas ajustada
de su mano, por comprobar si corre;
y otras veces, en cambio, iban corriendo
en líneas formados,
los unos en dirección de los otros.
Y la gran muchedumbre en derredor,
de pie, se deleitaba contemplando
esta encantadora danza de la rueda;
y dos volatineros, que a la danza
daban principio, hacían cabriolas
por entre ellos, en medio de ellos.

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